De Roncesvalles a San Juan, entre nieves

 

      Elegimos el curso del Irati, que casi ha llenado, junto al Urrobi, el embalse de Itoiz, para remontarlo a contra corriente y quitarnos aquella triste impresión que nos dejó a comedios de noviembre, cuando era sólo un regacho cansado y cansino. Es el primer bosque encantado que vemos esta mañanita del primer febrero. Oroz-Betelu está tan bello, como lo pintó literariamente J. M. Cabodevilla en San Josecho, a lápiz, bajo la nieve. Dormitante y como ensoñada está el barrio de Olaldea, hoy más solo que nunca. Y el valle de Aézkoa, al que abocamos, se halla atrapado por el nevazón. Auritz-Burguete es una estampa alpina en una ruta fantástica y universal. La nieve, recién caída y amanescente, lo llena todo. Impoluta y fúlgida, apelmazada, prefiere uno no ver a nadie pisarla ni mancharla. Sólo vemos a dos paisanos dejar con sus palas expedita la salida de su casa. El Girizu, desde aqui, es un perfecto cono de nieve, El camino real a Orreaga-Roncesvalles, si en mayo es tan bello, ahora es incomparable. Las hayas no pueden más en su bellezón nevada. También la cruz de los peregrinos está bendecida por la nieve. Aún está la nieve apegada todavía a las cubiertas rebaladizas de la colegiata de Roncesvalles, como si esperase a los fotógrafos, que tardan en llegar. Los carámbanos que cuelgan del tejado del viejo molino, más que una dentadura de hielo o un reto de armas blancas, parecen una exhibición de lanzas. Los muchos visitantes madrugadores motean el panorama níveo con sus borlados gorros multicolores y son ellos mismos artífices del cuadro pintoresco que todos queremos ver. La subida a Ibañeta, la vista cimera del valle de Carlos y el largo y quebrado descenso entre las dos cadenas de montes nevados retienen toda nuestra contemplación y hacen imposible la descripción, nunca más innecesaria. Qué claridad cegadora desde Lindus al Atxistoi, al Izoztegi, al Mehatze… Desde Mendibeltz, al Leizar Atheka, al Urdanarre… Ninguna montaña tiene hoy forma de lomo de asno (Astobizkar), sino de alas de arcángeles o querubines, por donde revoltean los manes de Roldán y los manes de Turpín. Nunca habíamos visto una masa tal de nieve a nuestros costados, una carretera tan limpia, y un sol de invierno tan claro y clarescente, que clarea y sonrosa la nieve espesa que sostienen los brazos de los hayedos y las rocas de las laderas montañosas, donde se encrespan los viriles carámbaros -que en mi pueblo llamábamos chinchurros-, y en cuyas quebradas saltan los primeros regatos nivales. Una peregrina oriental, posiblemente coreana, que sube pausadamente hacia Roncesvalles, se nos representa como la figura recortada de la fragilidad, de la menesterosidad y del voluntarioso y poderoso esfuerzo humano. A Luzaide-Valcarlos y sus muchos barrios también los invadió la nevasca, pero se va retirando a medida que nos acercamos al barrio de la frontera. Cuántos recuerdos gratos en Azoleta, en Pekotxeta, y en los viejos dominios, hoy franceses, de la casa madre de  Roncesvalles. San Juan de Pié de Puerto me parece el mismo lugar que conocí hace cuarenta años. Aquel proyecto de  desvío de la carretera, del que entonces todos hablaban y casi nadie quería, sigue, por eso, sin hacer. El mercado ha podido con todo. Damos ferrete a unos bocadillos apetitosos en la explanada soleada de la Citadelle, hoy título de un colegio local, con sus fosos inmensos y su estampa arrogante. Quien la tuviera un día, agramontés o beamontés, francés o español, tenía toda la tierra de Ultrapuertos, que un día del último 1527 -año del Saco de Roma- abandonó el César Carlos, aburrido de tanta curva, tanta montaña y tanta nieve, que le hacían perder hombres y dineros. El Arradoyer retiene sólo una caperuza de nieve, pero la nieve reina soberana en los montes de Cisa y en las cimas pirenaicas del Behorlegy, Errotzate y Arranohegi. Un vientecillo fino, afilado por la nieve, no le deja un momento solo al sol. Paseamos un rato por las calles comerciales de San Juan. La iglesia parroquial, dedicada a la Virgen del Puente, está, como siempre, tan abierta como el río nival, hoy arrugado por el viento, no vemos truchas. Hay este sábado una carrera ciclista, cuya organización llena de ruido y de afición trepidante la zona, extramuros, del mercado. Pero nosotros queremos volver a ver el espectáculo de la nieve, volviendo a subir el valle de Carlos, espectáculo que, en el mejor de los casos, sólo puede contemplarse una o dos  veces al año.