Una víctima perdona a su verdugo pederasta

 

         Él  se llama Daniel Pittet, un católico suizo de Friburgo, casado y padre de seis hijos.  El libro, escrito por él y prologado por el papa Francisco, se titula: Le perdono, padre. Sobrevivir a una infancia rota. Fue violado durante cuatro años por un religioso llamado Joël Allaz, retirado ahora en un monasterio, a quien Daniel ha sido capaz de visitar, después de 44 años. en una visita organizada por su obispo. La víctima no sintió ni compasión ni emoción alguna ante aquel ser ya minúsculo y arrugado, que no habló una palabra: frágil tipejo, violador empedernido otrora, no juzgado ni condenado por cierto, a quien en su libro le llama habitualmente verdugo y cerdo, con distintos adjetivos. Seguramente con una infancia también desdichada. Días después, recibió de él una escueta y enigmática acción de gracias. El autor de libro, víctima de un familia rota, y después de una violación duradera, cuenta en su libro -libro que el papa califica de necesario, precioso y valiente- su atormentada vida, con traumas físicos, psíqicos y morales, y la paz  conseguida por fin gracias a la cristiana educación recibida de su madre y de su abuela, y gracias también a su mujer y a la ayuda de la Iglesia local, diocesana y hasta vaticana. Pero tal vez lo más asombroso de la obra  sea el perdón concedido a su verdugo ya desde la edad de doce años, cuando, ante el Santísimo Sacramento, le dijo un día a Jesús entre sollozos que perdonaba a su violador, pidiéndole a la vez que le librara de sus garras. Ahora, después de tantos años, se pregunta por el significado del perdón:  El perdón no tiene nada que ver con la justicia humana, que condena, ni con la disculpa, que elimina el problema. (…) El perdón no es de ese orden. El perdón no elimina ni la herida ni el sufrimiento infligidos. El perdón significa que yo veo en mi verdugo a un hombre responsable. Gracias al perdón, no me siento ya atado a él, ya no estoy bajo su dependencia. El perdón me permitió romper las cadenas que me ataban a él y que me habrían impedido vivir. Estoy contento por haber pasado por esta experiencia. Pude entrar en relación con esta persona sin sentirme presa del odio ni del deseo de venganza. Por eso pienso que el perdón no necesita ser pedido por el ofensor. (…) No siento ni respeto ni compasión por mi verdugo. Le perdoné. Hoy en día, soy libre.