Triste final de Susana

 

             Triste final, al menos en esta etapa, el de Susana Díaz, una mujer tan valiosa, y en la que millones de españoles pusimos nuestra confianza en los penúltimos tiempos. Organizar -o, al menos, consentir- y, después, adherirse al escrache masivo de  miles de militantes del PSOE, PODEMOS e IU rodeando al Parlamento andaluz, mientras se desarrollaba el debate de investidura del nuevo presidente de la Junta de Andalucía, es indigno de una política que criticó hace meses los escraches llevados a cabo por los podemitas, aborrecidos por ella, pero con los que estaba ya dispuesta a gobernar, si los votos le hubieran favorecido en las últimas elecciones. ¿Quién dijo ultras? ¿Quién dijo extrema derecha? ¿Quién dijo anticonstitucionalistas y herederos de no sé quién? Nadie, ningún partido había hecho hasta ahora en España algo similar en circunstancias parecidas. Ni en Pamplona se nos ocurrió rodear el Parlamento y decir atrocidades cuando los nacionalistas-independentistas vascos entraron el Gobierno foral. Y es lo más similar a lo que hemos visto hacer a los CDR y otros fanáticos en las calles y plazas de Cataluña.

¿Qué lógica, qué ética, qué política democrática es esa? En un momento del debate bronco, sobre todo por parte de Susana, quien se refirió a los amigos de los amigos del PP y de Ciudadanos, el candidato popular le preguntó a ella si los amigos de Pedro Sánchez eran también sus amigos. Cuando todo el PSOE español tiene el tejado de vidrio en estos momentos, es hasta peligroso, además de injusto y de poca finura, tirar tamaños pedruscos al tejado del adversario político.