Segundo domingo de Adviento

 

La vivencia religiosa de Jesús

    Jesús de Nazaret tenía una conciencia muy viva de Dios y se sentía (se vivía) muy vinculado a Él. Penetrado y atravesado por Dios, su Padre. Este conocimiento vivencial de Dios no eliminaba su fe ni la hacía del todo fácil, como vemos en varias escenas de su pasión y muerte. Jesús ora de continuo y no sólo en los momentos decisivos de su vida, y en su oración, constante, recogida y entregada, cultiva y alimenta su fe, raíz de su vida activa y misionera. A sus discípulos les increpa un día como gente de poca fe, y al padre del joven epiléptico le dice: ¡Todo es posible al que cree! La fe en Dios lleva a Jesús a ver y valorar la vida desde la visión de Dios, su Padre, y a oponerse a todo aquello que estorba o impide, en su espacio y su tiempo, la realización del Reino de Dios, que ha venido a proclamar, como vimos en la glosa del domingo anterior. Porque su fe le hace eminentemente libre frente a cualquier tentación interior o exterior, comenzando por sus más fieles seguidores, y frente al poder sacerdotal y político, judío y romano. Las buenas gentes de Palestina fueron conscientes de la novedad: ¡Nadie habló hasta entonces como él! ¡Nadie tuvo el poder de la autoridad que él tenía!