Reflexiones Cristológicas (I) El Apolinarismo

 

      En diciembre de 2013 y enero de 2014, escribí seis entregas tituladas Reflexiones Cristológicas, sobre el desarrollo de la teología de la Encarnación desde comienzos del siglo III hasta San Atanasio, tras el concilio de Nicea. Pretendo ahora continuar, en otras tantas, aquellas sencillas reflexiones con motivo de la Navidad. Fueron intentos heroicos de aplicar la filosofía griega del momento a las afirmaciones de la Escritura a fin de poder entender y hacer entender mejor el lenguaje del misterio cristiano. Más allá del éxito eclesial o mundano, nos aparece hoy, más que nunca, apasionante el esfuerzo gramatical, intelectual, pedagógico, pastoral… por conseguir el alto fin propuesto, creando al mismo tiempo, aun sin propósito explícito, las primeras estructuras de la filosofía no sólo europea. sino universal.

El apolinarismo, anterior al joven obispo de Laodicea, Apolinar el Joven (+ c. 392) es una cristología arriana evolucionada. Su objetivo básico no fue diferente del marcado por el Sínodo del año 268, arrriba mencionado: combatir la la cristología disociativa  de Pablo de Samosata y de los llamados Paulinianos, que tenían a Cristo como un puro hombre. El temor a la separación y el empeño por asegurar la unidad en el Logos humanado son dos componentes del ideario apolinarista. Por eso el apolinarismo primitivo intenta aglutinar y fundir a  Dios y al hombre en Cristo de modo indiscriminado y sustancial.

La unidad sustantiva del hombre como síntesis de cuerpo y alma es el esquema metafísico que utilizan los apolinaristas y con ellos Apolinar para interpretar la realidad de Cristo. Digamos antes de que sea tarde, que el obispo de Laodicea, una de las ciudades importantes del Imperio en Asia Menor (actual Turquía), famosa por sus filósofos y científicos, y una de las siete iglesias del Apocalipsis, era muy estimado por los Padres de la Iglesia, tanto griegos como latinos, de ssu tiempo. San Jerónimo le atribuye muchos volúmenes escritos sobre las Escrituras y varias apologías del cristianismo contra enemigos paganos de la talla de Porfirio, el emperador Juliano, o el arriano Eudomio… Todas sus obras se perdieron, y lo que sabemos de su doctrina es gracias a las impugnaciones escritas contra él por San Atanasio, San Gregorio Nacianceno, San Gregorio de Nisa o Teodoreto.

El Dios-hombre es para Apolinar una unidad compuesta en forma humana. Hacerse hombre el Logos es diferente de asumir a un hombre. Pero Apolinar afirma con toda claridad que para formar un verdadero hombre no es necesaria el alma humana: basta que el Espíritu se vincule a la carne en una unidad completa. En Cristo, pues,  hay un ser intermedio, compuesto de Dios y de hombre: No es por tanto -llega a escribir- plenamente hombre ni sólo Dios, sino una mezcla de Dios y hombre. Perdiendo así, como se ve, la necesaria tensión entre transcendencia e inmmanencia divinas, propia del misterio de la Encarnación.

Además, las partes de la unión no son de igual valor. El Espíritu divino posee absoluta primacía. Todo movimiento vital de la unidad divino-humana se encuentra en el Logos. Por eso defiende Apolinar una sola naturaleza en Cristo:  Mia Physis. Entendiendo ésta como el ser que se mueve a sí mismo. También un sola Ousía (substancia), porque del Logos emana uan sola fuerza vital, que anima la carne y aglutina ambos en unidad de vida y acción. Como se ve, la cristología tradicional del Logos-Sarx (Verbo-Carne) ha alcanzado su último logro.