Por San Vicente de la Sonsierra (y III)

 

         Atravesamos la villa descendente y baja, buscando la ermita románica de San Martín, pero no la encontramos. Así que seguimos camino de Peciña, pequeño nido humano puesto en la ladera de la Sierra, que vimos desde la terraza de la torre mayor del castilo de San Vicente. Pero antes de llegar al lugar, un indicador morado nos dirige hacia la iglesia de Santa María de la Piscina, a un tiro de piedra de la carretera, junto a un promontorio rocoso, que pudo ser una fortaleza primitiva. Cuenta la tradición que el Infante Ramiro Sánchez, nieto del rey Don García de Nájera y yerno del Cid, intervinio en la Primera Cruzada y entró en Jerusalén por la puerta de la Piscina de Bethesda o Probática (del ganado o de los rebaños), de la que nos habla el evangelio de San Juan, y que pintó Tintoretto. Uno de los capiteles interiores representa una cuerda de soldados cautivos, recuerdo sin duda de aquella empresa bélica Fue voluntad del Infante construir la iglesia con el nombre que hoy conserva, donde se guardaba un trozo de la cruz de Cristo, una de las reliquias más preciadas en toda la cristiandad. Un poblado ya existía en este lugar, como luego veremos, al menos desde el siglo X, Contigua al templo construyó una Casa para la Divisa Real de la Piscina, Orden de carácter militar que acogiera a sus descendientes, sustituida después por la Cofradía Divisa, actualmente renovada. La Casa estuvo en funcionamiento hasta mediados del del siglo XIX.  De ahí el título de San Vicente, inscrito en la fachada de la Casa Consistorial: Villa Divisera, título que ostentan los lugares y villas, fundados o poblados por el hijo segundo del Infante Ramiro, el Infante Sancho Ramírez de Navarra: villa de San Vicente, con sus aldeas Peciña y Rivas de Teseo; villa de  Ábalos; villa de Peñacerrada y su aldea de Montoria. Consagrada la iglesia en 1137, se edificó en tres fases entre los siglos XII y XIII. Primero, la nave principal y la cabecera semicircular, con un vano en el centro, y después la cámara septentrional, más reducida, con una puerta grande al norte y dos pequeñas laterales, que unía la iglesia con la Casa para la Divisa, además  de la breve torre del hastial occidental. La fachada se articula  mediante cuatro contrafuertes. Uno de los dos canecillos figurados que se conserva es una bailarina descabezada: alguien no le perdonó su género audaz. Encima de la elegante portada de tres arquivoltas, un blasón cuadrado de piedra, original del siglo XVI, reconstruido en 1975, muestra el emblema de la Divisa, rodeado por  cadenas, con león rampante y flores de lis en el centro, y más flores de lis, veneras, aspas, y cruces de Malta en varios de sus cuarteles laterales. Cerca de la cabecera de la iglesia se encontraron en las excavaciones de los añós setenta 53 tumbas antropomorfas de piedra, todas del siglo X, de todos los tamaños. El pequeño núclero de población, llamado Peciña (de Piscina), se despobló en el sigo XIV y, un siglo después, al reconstruirse, sus habitantes fueron a vivir a medio kilómetro de aquí, a la aldea que hoy ha heredado el nombre, y donde la mayoría de los 23 vecinos -nos dicen ellos mismos- vienen sólo a pasar los fines de semana. Al comienzo de una frondosa alameda que acompaña a un humilde regacho, se abre un camino que nos lleva después de un buen rato, por culpa del indicador que mira al lado contrario, al popular dolmen de la Cascaja, encima de un ribazo, casi en el margen de lo que hasta hace poco fue una viña; dolmen modesto de cámara, donde el siglo pasado se encontraron huesos de animales, cerámica y una flecha. Desde aqui, la iglesia de Santa María de la Piscina, declarada de Interés Cultural en 1931, majestuosamene aislada, armoniosa, románicamente airosa, tiene ese color de intemperie, que sólo dan los soles, los vientos, las lluvias y las nieves de muchos siglos Todas las viñas aledañas, que son muchas, ofrecen a lo largo del año sus flores y sus frutos, una vez desaparecida la Casa de la Divisa,  a la Señora secular de Peciña. A porfía.