Por la calzada romana de Belate (y II)

 

           Saltamos la escalerilla de madera, que nos introduce en el llamado Ermitako Lepoa (El cuello-collado de la ermita). El edificio rectangular que veíamos al subir es el refugio-ermita (aterpe-baseliza) de Santiago, levantado por los Amigos del Camino de Santiago del Baztán el año 2016, con la ayuda de algunos ayuntamientos y donativos de particulares. Lo construyeron sobre los restos de la ermita del siglo XII, con buenos sillares baztaneses, entrada salediza al sur y una diminuta linterna coronada por una cruz. En una vitrina se conservan algunos pequeños objetos encontrados en los trabajos de la reconstrucción. Los desmontes de tierra y la valla de seguridad que rodea los alrededores del refugio afean bastante el conjunto. Hay una familia comiendo en una mesita de piedra  dentro del perímetro del recinto.

Rebrillan al sol las crines royas y morenas de las yeguas que pastan, apacibles. Un cromlec, fácil de ver, se extiende ante nosotros; tal vez  hay alguno más. Pero sobre todo vemos de frente el glorioso corredor de la calzada romana, que sigue segura hacia el este, escoltada por una veintena de monolitos, que es la estampa que yo tenía en la cabeza. Plantados por el hombre al lado norte de la vía, sobre la pendiente,  algunos de ellos se han doblegado al ímpetu de los elementos seculares, sobre todo por la cesión del terreno. No creo que se trate de menhires protohistóricos, que serían demasiados en este concreto lugar, o que hayan sido arrastrados hasta aqui desde otros yacimientos próximos. Pienso que los romanos los colocaron aqui para asegurar la visibilidad de la calzada, aún con las grandes losas laterales al descubierto, en tiempo de nieve y de niebla, muy frecuentes aqui, y mucho más entonces. El enigma es de dónde pudieron arrancar tales moles. Como de costumbre, beso una de estas piedras memorables y me abrazo a ella, en comunión de universalidad, perennidad y belleza.

Seguimos un rato por la calzada, que sigue hasta Berroeta, paralela a la carretera actual, bajando hasta la regata Marín, sin perder la anchura entre 2´5 y 4 metros, pero perdiendo en buena parte la visibilidad del enlosado, manteniendo mejor, y no siempre, el espacio de la caja. Antes de volver, damos una vuelta por el paisaje: Allí lejos, la blanca tiza de Larrun, el barrio fronterizo y comercial de Bera. Mucho más cerca, frente a nosotros, los restos del fuerte carlista, que hace muchos años visité y describí.  A un tiro de piedra el cerro rocoso de Urdanbidegi -¿una de las canteras primitivas?-, que el montañero y escritor Julio Asunción alcanzó y donde descubrió el dolmen de Matracola. Nos cuenta también en su libro tan útil sus ascensos a los cercanos montes de Azkenatz y Gartzaga, objetivos de muchos montañeros de esta mañana, donde encontró varios cromlechs y menhires.

Bajamos, como subimos, dudando, perdiéndonos y encontrándonos, mucho más lentos que otros más jóvenes. Vemos que dejamos, al partir, una ventana abierta en el coche, pero no pasó nada raro. Intentamos luego subir  hasta la ermita de Santiago, a donde vimos subir en coche a varios paisanos, pero hay en el acceso una puerta de metal que impide el paso. Como ningún sitio nos parece cómodo antes de cruzar el Puerto, bajamos hasta Almandoz y almorzamos en el parque, debajo del pueblo, junto a una fuente, donde nos miman el sol y el silencio.

Y, por ver los primeros colores del otoño baztanés, en honor de Ana Mari Marín, llegamos hasta el castiilo de Amaiur, cuyo ascenso es más llevadero que el de Belate. Todavía está el sol sobre el macizo que ahora nos cierra la visión última, mientras el Gorramendi megalítico, que tenemos encima, tapiza sus laderas con helechos otoñados, en contraste con el gris hosco de su cima pelada. Qué blanco el camposanto escalonado de Amaiur, y qué lindo el desfile de casas, de blanco y hastial, desde el palacio a la iglesia.

Vemos in situ los últimos trabajos de reconstrucción del castillo medieval y sus refuerzos en 1512-1522. Izan zirelako gara, gareleko izanen dira, dice un cartelito colgado, como si nada, en el paseo de ronda de la segunda muralla medieval, elogiando la propia obra llevada a cabo. El refrán se puede leer de muchas maneras. No de muchas maneras se puede tolerar, en cambio, que toda esta obra monumental la presida una bandera no oficial de Navarra, propia de un determinado partido o movimiento, signo que se repite varias veces en el recinto. ¿Esto es territorio navarro o territorio de Udalbiltza, uno de los firmantes del panel del castillo?