Ni afecto, ni amistad, ni gratitud (I)

 

        En todos los discursos, tan demagógicos, de Puigdemont, llenos de mentiras y de arrogancias, desde los pies a la coronilla, no hay una muestra de afecto, de amistad y de gratitud hacia los españoles de los que se quiere separar. Porque no hay España sin españoles. Y no se quieren separar  él y los suyos de una abstracción, sino de unos seres concretos, que somos nosotros. Y esta es la gran injusticia, ya lo he dicho: que, tras muchos siglos de convivencia y hasta de unión fructíferas, se quieran separar de nosotros sin ningún motivo serio. ¿Tan malos somos? ¿Tan inaguantables? Veíamos el otro día la triste entrevista en VN con el arzobispo de Tarragona, miembro ilustre del Opus Dei, antes de su consagación episcopal. Ni una palabra de afecto, amistad y gratitud hacia sus alumnos españoles de la Universidad de Navarra durante muchos años y no digamos al resto de los españoles. Ni siquiera se atrevía a mencionar la palabra independencia, objetivo primero y último de todos los atropellos secesionistas. Sucede lo mismo con la opinión de 15 reconocidas voces cristianas de Cataluña, entrevistadas en el núm. 3053 de la misma revista. Mucho hablar de paz, reconciliación, diálogo, mediación, derechos humanos (de los independentistas), agravios y violencias (de los españoles), supuesto derecho de autodeterminación…, pero ni una palabra de afecto, amistad y gratitud hacia los españoles con quienes colaboran y conviven desde hace muchos siglos, (la democracia de los muertos, de Chesterton),  y a quienes tanto deben muchos de ellos en estos cuarenta últimos años. ¿Cómo? Si ni siquiera la inmensa mayoría de ellas menciona la palabra independencia, como si el referéndum del 1-0 y otras ilegalidades anteriores sólo tuvieran como fin el aumento de salarios o la reducción del precio del pan… Sólo dos de ellas la mentan, en muy distinto sentido. Miriam Díez Bosch, directora del Observatoriio Blanquerna de Comunicación, Religión y Cultura, sólo valora los millones de personas que salen a la calle, insistentes, pacíficas (las que están de acuerdo con ella, por lo visto), lo que tiene que hacer pensar que las aspiraciones independentistas no eran un paripé. Tiene la impresión de que  España no se percataba de lo que estaba pasando, y esto tiene que tener una solución creativa que no se encastille en la justicia ni, por supuesto, en la represión violenta, injustificable. De todas las fechorías llevadas a cabo sobre todo por el Gobierno y el Parlamenrto catalán, ni una palabra. La conocida catedrática Victoria Camps, única persona que aparece como no independentista, en una respuesta lacónica, cree que toca a los catalanes no independentistas tomar la iniciativa y presentar propuestas que puedan desactivar el fervor independentista. Es también la única persona entrevistada que piensa que la Iglesia y los cristianos como tales no denen jugar papel aguno en este escenario, y confiesa que le han parecido inoportunas y desafortunadas las declaraciones de comunidades cristianas (…) a favor del sí al referéndum. Nada que vaya más allá de una llamada general a la concordia y a la voluntad de acuerdo debería ser cometido de una organización religiosa en una sociedd seculatizada.