La fe de los sabios

 

         Newton, el genio universal de la matemática, físico, filósofo, inventor, alquimista… fue sobre todo un teólogo devoto, hijo de puritanos, que dedicó más tiempo al estudio de la Biblia que al estudio de la ciencia, aunque tuvo sus complicaciones con el dogma de la Trinidad. Paul Dirac, uno de los físicos más importantes de todos los tiempos, premio Nóbel de Física y sucesor de Newton en la cátedra lucasiana de Cambridge, aunque durante varios años se mostró ateo, en 1963 consideraba a Dios como un gran matemático que creó el universo con ciencia avanzada; en 1971 se mostró escéptico de que la vida haya aparecido por casualidad, y afirmó que se debe asumir que Dios existe en relación a las leyes de la física cuántica, de la que fue uno de los mayores conocedores. Y ahora el sucesor de Dirac en la cátedra de Cambridge, Stephen Hawking, británico como los anteriores,  después de hablarnos de Dios, del pensamiento de Dios, etc. en sus primeros libros, declaraba hace poco que entendía por Dios, como Einstein, el conjunto de las leyes de la naturaleza. La ley de la gravedad y las otras leyes serían su dios o, mejor, la sustitución de Dios. Nada nuevo ni extraño en la historia de la humanidad, de la ciencia y de los hombres de ciencia.