Globalización y rupturismo

 

       En un mundo cada vez más globalizado, en el que los Estados -que durante años o siglos trabajaron por cohesionarse y consolidarse internamente- se unen cada vez más para afrontar, juntos, nuevos desafíos mundiales, así como para conseguir juntos, nuevos y más altos objetivos comunes, estrechando la cooperación y cediendo competencias, cualquier tentación de tribalismo aparece como mezquina, peligrosa y fuera de espacio y de tiempo. Desde que acabó la segunda guerra mundial, que desgarró a Europa, la Unón Europea fue el gran sueño, y la ruptura de cualquiera de sus Estados -Alemania- la gran pesadilla. Por el contrario, los Estados que fueron unidos por la fuerza en la Unión Soviética y en la Federación de Repúblicas de Yugoslavia se fueron desmoronando poco a poco por la implosión del Estado dominante y opresor, y se separaron uno a uno, no sin grandes pérdidas humanas en muchos casos. Ni uno solo de los nuevos Estados post-soviéticos y post-yugoslavos imitaron al que un día fue su estrella y su guía, Lenin, haciendo suyo su oportunista, falaz y destructor derecho de autodeterminación, que sí copió la desgraciada Etiopía tras la separación de Eritrea. Y, entre las varias declaraciones unilaterales de independencia de pequeños territorios en las zonas de influencia de la ex Unión Soviética y de la ex Yugoslavia, que se han sucedido en los últimos años, sólo Kosovo, provincia autónoma de Serbia, ha sido reconocido como Estado por la mayor parte de los Estados de la ONU, y no por todos -Rusia, España, Grecia…-, a causa de la feroz violencia ejercida por el Estado serbio, con el que se enfrentó la OTAN y los Estados Unidos de América. Pero sigue fuera de la ONU.