Estibadores

 

       Pareciera que estuviéramos ante una de las mayores amenazas nacionales. Que era lo que nos faltaba. Tan amenazante como el referéndum independentista catalán. O mucho más, porque podían acabar con la economía española, y no sólo por las huelgas, ya que el 86% de nuestra importaciones entra por los puertos españoles y el 60 de la exportaciones sale por ellos. Y luego, aquella coreogarfía de miles de brazos y puños levantados por toda la periferia hispana. Y la bochornosa escenita  de estibadores y diputados podemitas en una operación más de demagogia contra el nuevo decreto gubernamental en el buque insignia del Congreso de los Diputados. Y el secretario general de UGT, el asturiano amigo de Arthur Mas, quejándose de que alguien se quejara de que ganaran tanto y cuanto los estibadores, palabra que la mayoría de nosotros no había oído nunca…  Y han bastado tres días, tras la aprobación del nuevo decreto del Gobierno, con el apoyo de Cs, PNV y PDC para que hasta los periódicos digitales más contrarios al PP nos hablen en términos casi franciscanos de que los estibadores se bajan el sueldo (los que reciben más de 2.230 euros mensuales) para mantener su puesto de trabajo; de que los sindicatos se comprometen a aceptar medidas de flexibilidad y cambios en la organización de trabajo y los turnos, etc., que es algo de lo que pedía la UE bajo la amenaza de fortísimas multas impuestas por el Tribunal de Luxemburgo, que hubieran colmatado nuestra ya rebasada y rebasadora deuda pública. ¿Milagros de la última negociación? No solamente. Frutos de una negociación muy laboriosa y muy larga, y del ejemplo de otros Países europeos, con anteriores y muy parecidos privilegios y distorsiones, que vienen de lejos, y fruto también del sentido común de todas las partes. Veo todo ello como uno de los ejemplos de lo que hay que hacer en toda Europa ante situaciones irregulares, y por lo  tanto injustas, oxidadas de intereses particulares que pretenden defenderse con el egañoso trompeteo de la demagogia, uno de los mayores enemigos de la democracia: firmeza y flexibilidad a la vez ante las justas aspiraciones, derechos y deberes de todos; una negociación extendida a muchas partes, por lejanas que estén; y una mayor atención a la perspectiva europea, con la que se gana siempre, aunque no nos amenace la sombra del Tribunal de Luxemburgo.