El “boutefeu” de Trump

 

   La decisión del presidente Trump de trasladar la embajada norteamericana de Tel-Aviv a Jerusalén, hecha pública ayer, ha sido recibida en todo el mundo, excepto en Israel, como un boutefeu, al decir de los franceses: un verdadero botafuego, aquella varilla encendida que prendía la mecha de las piezas de artillería. Según el plan de la ONU en 1947, que creaba el Estado de Israel y el Estado de Palestina, Jerusalén quedaba bajo dominio internacional. Un año más tarde, al crearse el Estado de Isael y hacer de Jerusalén Oeste su capital, Jerusalen Este quedó bajo el control de Jordania. Tras la guerra de los Seis Días, en 1967, Isael se anexionó, entre otros territorios palestinos, Jerusalén Este, y en 1980 proclamó la ciudad santa de las tres Religiones monoteístas como su capital eterna e indivisible, mientras la Autoridad Palestina la reclamaba como capital de su futuro Estado. La ONU no reconoció la anexión israelí  y tampoco la apropiación de Jerusalén, que calificó de violación de las leyes internacionales. En 1995, el Congresso de los Estados Unidós, País que siempre defendió la causa israelita, aprobó –Jerusalem Embassy Act– el traslado de su embajada ante Israel desde Tel-Avivi, donde están todas las embajadas extranjeras, a Jerusalén, pero con una cláusula que ha permitido a todos los presidentes norteamercanos dilatar la aplicación de la ley, por razones varias, hasta el momento oportuno. Este ha llegado, según el destalentado Trump, quien, por cierto, también ha decidido aplazar la aplicación de su destemplada decisión dos o más años, señal evidente del riesgo que en sí comporta, Un bofafuego, sí. Un nuevo desprestigio del malhadado presidente y de los mismos Estados Unidos de América en política exterior y especialmente en Oriente Próximo. Un nuevo y probable incendio en la región más chamuscada por el fuego del odio y de la muerte en todo el mundo.