Corrupción e independencia

 

No podemos relatar los grandes pasos del independentismo catalán en estos últimos tiempos sin glosar, aunque sea brevemente, el impacto de la corrupción en el proceso (el procès). No conocíamos en 2006 ni en 2010, como después hemos conocido, el volumen y la gravedad de la corrupción institucional y personal en Cataluña, especialmente del partido en el poder, Convergencia i Unió, pero los Pujol, los Artur Mas, los Gordó y compañeros del tres por ciento la conocían de sobra desde dentro.  Y no por nada pedían en los dos textos estatutarios, en el rechazado en las Cortes y en el aprobado después y enmendado por el Tribunal Constitucional, las máximas competencias en Justicia, lo que equivalía a reformar la Constitución por la puerta de atrás de uno de los Estatutos. Esto es que aprobó por desgracia el PSOE cuando votó a favor del segundo Estatuto y lo que quiso después recuperar Zapatero por la vía de leyes especiales en las Cortes, lo que no se llevó a cabo por falta de tiempo. Si la Justicia, en todos sus niveles hubiera estado en manos de las autoridades catalanas, seguramente no hubiéramos visto, dados los antecedentes conocidos, ni a Pujol ante los jueces, ni a sus hijos multados o metidos en la cárcel; ni juzgados y condenados a Mas, a Gordó y compañía. Probablemente no hubiéramos visto tampoco las sedes de CIU embargadas, y cosas por el estilo. Si añadimos a todo eso la crisis económica que multiplicó por muchos números el aborrecimiento por la gente de la corrupción, podemos sumar nuevas causas reales al movimiento independentista. Aunque, increiblemente todo el poder institucional de Cataluña, la mala conciencia de CIU, la fanática y acrítica actuación de Esquerra Republicana, de la anarcoide antisistémica CUP, y del aventurerismo leninoide de Ada Colau y de Podemos-Podem, movidos sobre todo por sinrazones partidistas, hayan conseguido, ante los ojos nublados de muchos indpendentistas, lanzar toda esa basura y esa miseria autóctona en las espaldas del Partido Popular y sobre todo de Rajoy, comvertido  en el monigote de escarno popular, como encarnación de la abominada España y del temido y aborreccido Estado español.