Colegialidad y democratización

 

     Ahora que estamos celebrando el 50 aniversario del Concilio Vaticano II, es buen tiempo para recordar que con la colegialidad en la Iglesia se abrió una gran puerta a la sinodalidad  (sin-odos: camino compartido) y, con el Pueblo de Dios, a su democratización, de la que han sido claros ejemplos las cuatro grandes asambleas latinoamericanas, desde Medellín (1968) hasta Aparecida (2007). El papa Francisco comentaba no hace mucho que el camino de la sinodalidad es que el que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio. La verdad es que, en el primer nivel de la sinodalidad, el sínodo diocesano, el consejo presbiteral y el consejo pastoral están muy lejos de cumplir mínimamente las aspiraciones conciliares. ¿Qué son en casi todas las diócesis los dos consejos? Nada, mientras los obispos siguen siendo todo o casi todo. Algo más activas han sido las Conferencias episcopales nacionales. En cuanto a los sínodos de los obispos, sólo el último, y doble, acerca de la familia, ha cumplido parcialmente la escucha al Pueblo de Dios y el estudio previo por los obispos nacionales de los temas que habían de discutirse después en Roma. Por otra parte, la remodelación del ministerio petrino ha quedado sólo en buenos propósitos: -encíclica Ut unum sint (1995)hasta la llegada del papa Francisco, que ha comenzado a cambiar la imagen, el vocabulario, muchos y decisivos gestos y no pocas actuaciones. Persiste el clericalismo abrumador, incluso en ambientes y medios que se precian de no clericales, y los seglares aparecen demasiadas veces, a lo sumo, como auxiliares y suplentes del clero, cuando no incondicionales del mismo. A la espera de lo que pueda hacer este bendito papa y el próximo Concilio ecuménico, lo que que dista todavía para que la Iglesia viva de lleno el signo de los tiempos, siendo a la vez signo dentro de ellos, es mucho.