Cistercienses en Navarra (y II)

 

           Ya no huele a granjas de cerdos ni a establos de vacas en el atrio del monasterio cisterciense de Santa María de La Oliva (s. XII-XIII). Ni el establo ni la granja, seculares y un día rentables, existenn ya. Pero, al entrar en la bellísima iglesia gótica -similar a las  deValbuena, Flaran o Fontfroide-, sí huele a bodega sin vino. La delicada luz natural, que penetra por las cinco ventanas abocinadas del ábside, apenas si nos deja ver el reducido muestrario de pencas, piñas, monstruos y hojarascas de los capiteles. La bodega del vino, harto reputado por cierto, y la quesería están un poco más lejos de la paz y del silencio monásticos.

En la iglesia abacial, hoy parroquial, de Fitero -dentro de la tradición de Clairvaux, Pontigny o Poblet-, la luz nos llega por los grandes ventanales abocinados de las naves, los más reducidos de la girola, y los rosetones en los brazos del crucero y del hastial, haciéndose universo de gloria limpia, recogida en la desnudez arquitectural.

El puro y maduro enramado de esbeltas columnas y bóveda de crucería, sobre el ancho tronco de pilares cruciformes y potentes pilastras, nos sobrecoge. Nos transporta al silencio fervoroso de las esferas, a la contemplación de la unidad más varia, al gozo que salta del corazón y, antes de volver a él, recorre el claustro.