Capbreton-Hossegor-Seignosse

 

      Conocíamos  Las Landas (Les Landes de la Gascogne) desde el avión que nos traía o llevaba, a un lado de la costa occidental, casi rectilínea, del Hexágono: una masa enorme y verdinegra de pinos de 10.000 kmª -la mayor de Europa-, extendida por varios Departamentos franceses. Y queríamos verla desde dentro, y mucho mejor que cuando la atravesábamos velozmente camino de Burdeos o de los viñedos del Bordelais. Fue durante muchos siglos un desierto pantanoso, todo un reino de mosquitos y de malaria, con pocos y dispersos habitantes, terror de viandantes, vagabundos y peregrinos del Norte, que se atrevían a dirigirse por tierra hasta Santiago de Compostela. Al final del siglo XVIII comenzaron los primeros trabajos de recuperación, y a comienzos del siglo siguiente se creó la Comisión estatal de Dunas, que en 1826  terminó por estabilizar toda la costa landesa. Se continuó durante el curso del mismo siglo la plantación masiva de pinos marítimos (pinus pinaster), altos, esbeltos, recios y elegantes, verdaderos aventureros colonizadores del suelo arenoso que secularmente había ocupado este rincón abandondo de la dulce Francia. No poco ayudó a la recuperación del terreno y al asentamiento de sus nuevos pobladores la compra por el emperador Napoleón III de 8.000 hectáreas de tierra, para su cultivo y explotación, lugar que patriotizó con el glorioso nombre de Solferino. Dentro del inmenso pinar quedó un núcleo del bosque primigenio de robles, encinas, alisos, fresnos, sauces…, que hoy dan fe de su larga existencia en los jardincillos que rodean muchas casas, y que junto a los pinos son la base de las pequeñas y sustanciosas industrias del papel y de los muchos productos de la madera en toda la región. Las tres poblaciones contiguas que visitamos son las más turísticas de la costa landesa. Visitadas en una fecha laboral en Francia y a la vez día festivo en la vecina España, oímos hablar castellano por todas partes, y por todas partes vemos coches con matrícula española. La parte más prietamente habitada, dedicada especialmente a servicios, se arracima cerca de los puertos y en algunas pocas calles, con un intenso volumen comercial. Pero lo verdaderamente típico y pintoresco de las tres villas, es una red extensa bajo los pinos de viviendas exentas, llámense villas, quintas o, en francés, chalets, muchas de los cuales datan de los felices años veinte y treinta del siglo XX, entre las dos guerras mundiales, cuando los británicos se lanzaron no sólo a visitar sus viejas posesiones históricas en la vecina y enemiga Francia, sino también a residir en ellas, desde Burdeos a Pau. Múltiples nombres y anuncios lo testifican en calles y plazas. Si Kuala-Lumpur es una ciudad fundada en un palmeral, y no al revés, Capbreton, Hossegor y Seignose están plantadas en un pinar y no viceversa. Diseminados, como las casas, por todo el espacio habitable y habitado. campos de golf, escuelas de tabla (surf, en inglés), casinos, servicios de talasoterapia, cabañas de madera residenciales, iglesias desde el siglo XII al XX… Una de las maravillas de estos entornos son los laguitos de agua salada que se abren aqui y allí, los estanquets., como ojos azules que quieren ver el cielo azul. A la dudosa sombra de los pinos que circundan el mayor de ellos, el Lac Marin, en la frontera entre Hossegor y Seignose, cumplimos nuestro déjeneur sur le sable, mientras las gaviotas se zambullen en el agua y hacen tabla dos niños acompañados por su padre. Terminamos la jornada yéndonos a la cercana costa de la Gran Duna, cubierta de su propia vegetación, a lo largo de la cual se estacionan con dificultad miles de coches, mientras miles de deportistas jóvenes, muchos de ellos españoles, se divierten con su deporte favorito, el llamado beachbreak, o tabla sobre fondo de arena movedizo, en uno de los paraísos mundiales de su afición. Desde el promontorio-parapeto de esa protectora duna indefinida contemplamos el caballo blanco de las olas recorriendo y mordiendo la costa atlántica del Hexágono, que nosotros montamos con la vista, mientras la fortaleza salvaje de los pinares resiste, en segunda línea, cualquier acometida.